CUCHILLO EN LA TIERRA


     Despacio Gregorio se desabrochaba los botones de la camisa del uniforme mientras escuchaba los gritos de siempre. Se quitó el chaleco, lo dejó sobre la mesa de la cocina de anafe, y suspiraba escuchando el eco de los insultos. Apoyó el arma sobre una mesa que se tambaleaba y siguió escuchando los gritos, suspiraba y se lamentaba de vivir siempre la misma situación cuando llegaba a su casa. Se vestía con su musculosa blanca, cortos deportivos, las chancletas de playa y arrastró los pies hasta la bacha. Comenzó a afilar la cuchilla con una piedra, cada vez con más intensidad. –Se la pasa quejándose la yegua hija de mil putas-susurró–.Levantó la vista, cruzó el pasillo empolvado de la entrada, como si fuera un caballo con gríngolas, entró a un cuarto y los gritos cesaron paulatinamente. Salió de allí con el cuchillo envuelto en un trapo, abrió la puerta del cuarto contiguo y no encontró a nadie.
-      Papi- El niño estaba detrás de él.
-      Hijo. ¿Qué hacés con la bolsa?
-      Voy a comprar el pan y el carbón así hacemos el asado.
-      No, Jesús. Se está nublando. Cuando llueve no se hace asado- Lo tomó del brazo con fuerza y lo llevó hacia la entrada de la casilla y observaron el patio: bajo el sol que comenzaba a ocultarse detrás de unas nubes grises, los ladrillos huecos, los restos de escombros, Negro el perro  sarnoso que nunca moría, la chapa  con la parrilla y los chorizos en fila, la tira de asado y la cumbia que se escuchaba desde alguna casa que estaba a mil metros, el Ford Taunus azul viejo y cacharro,  parecía teñirse de un color sepia. Todo comenzaba a descascararse como las paredes viejas que revestían la madera de la casilla.
-      Pero…la abuela dice que si clavamos un cuchillo en la tierra la lluvia para- Dijo el niño como si hubiera encontrado la solución al problema.
-      No, esas son cosas de bruja. Ya tenés siete años para creer en eso.
-      No importa. Prometiste me que ibas a enseñar a hacer asado.
-      No rompás las pelotas. ¿Querés?
-      Bueno, voy a comprar. Agarro la bici y vuelvo- Rió entusiasmado.
Comenzó a pedalear por el borde de las vías del tren que desde hacía once años que la maleza se había comido todo lo poco visible del camino. Llegó al almacén, y vio como una camioneta pasó a toda velocidad y se perdió en el polvillo de la ruta.
Volvió a la casa y el padre estaba arrodillado frente a la parrilla, haciendo bollitos de papel con diario viejo, los ponía  debajo de la parrilla con palos de madera del cajón de verduras.
-      Dale, apurate. Traé el carbón che.
-      ¿Quién vino?
-      Unos compañeros de trabajo de papá. Pasaron a saludar.
-      ¿Y mami?
-      Se fue, así que ahora vas a venir a vivir conmigo.
 El niño soltó la bolsa con el pan al piso. Quedó pensativo.
-      ¿Y tus otros hijos? ¿Y la mamá de ellos? Dijiste que no debían conocerme, ni que yo podía verlos.
-      Vas a hacer lo que tu padre diga, carajo.
-      ¿Es lejos?
-      ¿Qué sos milico, vos?- El hombre respiró profundo tragándose la ira contenida y le mostró la carne a lo alto y la echó a la parrilla. –Mirá ponés la carne después de armar el fuego, como una casita, echás el carbón y cuando esta rojo es porque empezó a calentar. No aumentes el fuego porque arrebatás la carne y queda como goma.
-      ¿Y cómo sé cuándo está?
-      Porque…ya vas a ver. Traé la morcilla, dale, corré.
-      Acá está- Respondió cuando volvía corriendo y se cayó al polvo.
-      Uh, Dios. Jesús, mijo. ¿Por qué carajos no te fijás por dónde vas?
-      No me di cuenta.
-      Limpiate las rodillas, dale. Vamos a la cocina que hay que hacer la ensalada.
-      ¿Y mamá?
-      Te dije que se fue. Dale, cortá el tomate y no jodás.
-      No me grités.
-      Anda a ver la carne y cállate la boca, pendejo.
-      ¡No quiero!
-      ¡La reputisima madre que lo´ re mil parió, Jesús!
-      No digas malas palabras. Dios te escucha.
-      ¡Me cago en dios, vos y tu madre!
-      Hijo de puta.- Se le llenó la boca de rabia, y tiró todo al piso.
Gregorio se levantó, se sacó la chinela y le dio en el trasero.
-      Mi madre era una santa…
  El asado tardaba en cocinarse, el silencio lo invadía todo y aun se podía escuchar la cumbia a lo lejos.
-      Negros de mierda con esa música. Los mataría a todos por cabezas.
-      Yo también tengo cabeza. ¿Me vas a matar por eso?
El padre lo miró de reojo y quedó en silencio.
-      ¿Falta mucho? Tengo hambre. Ni desayuné.
-      ¿Querés comer carne cruda como un perro?
El niño se levantó de la silla sin quitarle la vista de encima, le quitó el cuchillo que el padre tenía en la mano y salió corriendo hacia el patio.  Lo clavó en la tierra y volvió. Quedó parado en el marco de la puerta, observándolo como su padre lo observaba a él.
-      Jesús.- Se escuchó. Miró hacia atrás, y retrocedió. Caminó hasta la puerta de la habitación de sus padres siguiendo esa voz que lo llamó. La lluvia comenzó a galopar inundándolo todo, el olor a tierra mojada le invadió la nariz para siempre y le provocó una alergia incurable. Estornudó. Se olvidó de su abuela. Miró el piso.
-      ¿A dónde vas, Jesús?
-      A ningún lado. Está lloviendo. – Respondió y vio líneas de sangre mezcladas con la tierra del piso.

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