CARNE PROPIA
“En Buenos Aires
ocurren cosas mágicas que pueden llevarnos al éxtasis de vivir la furia de la ciudad en carne propia”,
escribió Romina en la pared. A los minutos se escuchó que un auto estacionaba y
los otros que estaban en otras celdas comenzaban a cantar.- ¡Cállense
pelotudos, que ya llegaron y la vamos a ligar todos por culpa de ustedes!-
Gritó Joaquín, que estaba junto a ella
mirando por las rejas.
-
¿Cuánto tiempo pasó?- Preguntó ella.
-
¿Tiempo, Romina?- Susurró.
-
Sí. Perdí la cuenta.
-
Nosotros ya no tenemos tiempo, boluda.
Mirame…peso veinte kilos menos, tengo todo el cuerpo lastimado. Despertá,
Romina. Despertá- Le pegó un cachetazo y Romina despertó.
El doctor la miró con
la misma paciencia de siempre, le preguntó si estaba bien y respondió que sí.
-
Esta vez conté hasta tres y no volviste,
Juliana. Como si hubieras querido quedarte ahí. En ese recuerdo.- Aseguró el
doctor tomando asiento en su escritorio de material metalizado.
-
Lo sé. Lo sé. Es como si hubiera querido
seguir viendo. – agregó ella.
-
¿Podés recordar toda la secuencia?-
Comenzó a desplazar su pantalla táctil sobre el escritorio, un sistema que
parecía holográmico.
-
Me llamo Romina, doctor. Estoy con un
chico, el mismo de siempre. Tengo dieciocho, veinte años. Tenemos el cuerpo
lastimado. Cantan canciones de hace cien años…No me sale el nombre del
cantante…nunca lo escuché.
-
De acuerdo Juliana, te voy a estar
enviando la receta electrónica a tu correo personal de identificación. Te pido
que la firmes, y la abones directo. Por lo general las cuentas de pago completo
se colapsan en hora pico, si sucede estaremos enviándote el registro en papel
para que puedas abonar.- El doctor se quitó el ambo blanco, presionó un punto
en la pared y se abrió una puerta, arrojó la vestimenta y se colocó los lentes
visuales de su teléfono inteligente.
-
¿Usted que dice, doctor?- Preguntó
Juliana.
-
Le digo que tenga paciencia. Tomá la
pastilla que le receté, vas a poder recuperar el sueño. Es necesario que sea
paciente, debe programarse para eso, ya sabe cómo. Respire. Ni bien podamos
continuar con el sistema estaremos enviándole la propuesta. Hemos avanzado
mucho. Más de lo esperado. El sistema está evolucionando.
Juliana caminó derecho
por Avenida Callao y dobló en Avenida Alvear. La calle estaba vacía, le parecía
un día apocalíptico. Vivía en un edificio moderno de lujo junto a sus dos
hijos, Benicio y Bartolomé y su esposo. Entró al piso con el acceso de su
huella digital y los niños corrían por todos lados entre los sillones italianos
cada uno con una tableta digital en las manos.
-
Te voy a matar, marciano- Gritó Benicio,
de siete años.
-
¡No, el planeta Tierra tiene el poder!-
Gritó apuntándole con la tableta que hizo un sonido eléctrico, Juliana sintió
un dolor punzante en todo el cuerpo, se le fue la mente, le dolió todo, comenzó
a temblar como si tuviera un ataque de epilepsia. Gritaba desesperada. – Basta.
Basta. Por favor. Déjenme en paz- Le sangraba la nariz, le dolía el pecho como
si se le fuera a partir en dos. No podía parar. Una imagen difusa en la mente
la confundía, veía una mano, una mano fría que se le acercaba. Su esposo entró
a la sala corriendo con unos papeles en la mano, los tiró sin pensar, la tomó
en brazos, ella lo miró y se despedía con los ojos. No sabían que sucedía, ni
ella. –Apagá eso, Benicio- Gritó el hombre y ella suspiró. Se durmió.
El esposo de Juliana era un arquitecto empresario dedicado a la
construcción de espacios de bienestar comunal, restauración de edificios
históricos de la Ciudad y, por los proyectos aprobados ante el Congreso de la
Nación, ganó reconocimiento a nivel
internacional. La gala benéfica que lo coronaria ante la sociedad
argentina como Ciudadano Ilustre fue en
la casa de Gobierno de la Ciudad. Lo recibió el Gobernador junto a su esposa,
partidario del Gobierno Popular para la
Reorganización Nacional. Mientras
llegaban al hotel estaban en silencio, caminaban tomados de la mano por el
viejo Puente de la Mujer y se miraron detenidamente.
-
No puedo disfrutar de la gran noche de
mis sueños sin saber qué te pasa, Juli- Rompió el hielo.
-
Lo siento…-Se abrazaron. Quedaron
detenidos en el abrazo y ella dijo:- yo tampoco sé que me pasa, amor. Pero voy
a averiguarlo. Te pido que esta noche no hablemos de esto. Sabemos cómo es…nos
viven hablando de democracia pero…ya sabemos cómo es.
Entraron al hotel y una
avalancha de fotógrafos se les acercó, les tomaron fotos, ella sonreía como si
fuera una estrella de televisión y se sentía agradable porque jamás en la vida
había sabido quien era. Cuando vio al Gobernador, con sus atuendos formales, se
sintió extraña: una leve gota de sudor frio recorría su espalda, el cuerpo le
tiritaba frio. –Bienvenidos, estimados- Los saludó. Le sonrieron y sintió un
golpe en la cabeza, un dedo acariciaba
su espina dorsal, se quejó en voz alta y todos la observaron. –Perdón.-
Pidió y fue hacia el baño. Se mojó la nuca, respiró profundo y se retocó el
maquillaje. Una mujer vestida de negro formal, se le acercó y la saludó como si
la conociera.- Usted se atiende en el consultorio del doctor Bergman. La vi
varias veces. ¿Está haciendo la terapia intensiva?-Ella no respondió.- Esta
tarde lo vi, estaba contento- Mientras se maquillaba-, aprobaron el sistema
electrónico. Solo debe insertarse un chip y va a poder recordar todo. Por lo
que me dijo, el Presidente está interesado en conocer en profundidad el
proyecto. ¿Pero sabe qué? El doctor se lo robó a un colega amigo…él logró todo
lo que Bergman, pero sin tecnología. Tiene un don. Es especial. Tome, le doy mi
tarjeta. Llámeme. Tomamos un café y le comento con detalle. Volvió a la fiesta
y escuchó:- A los veinte días del mes de abril del año dos mil ochenta y nueve,
damos un fuerte aplauso, una cálida bienvenida al doctor Amadeo Mitre por su
gran colaboración con la reconstrucción de edificios históricos después de la Guerra
de los Cien Días…- Sonreía alegre, y no había querido recordar la Guerra de los
Cien Días, la que había matado al cuarenta por ciento de la población de los
hombres del país, pero que con fortuna y buenos pactos americanos, había sido
ganada.
Juliana desplegó el panel táctil sobre el escritorio de su casa,
tomó notas, escribió lo más que pudo cada detalle: las visiones o imágenes con
exactitud. Abrió el cajón para buscar un lápiz táctil y encontró la tarjeta que
le había dado la mujer en la fiesta. Llamó al número. La atendió una mujer que
parecía ser la asistente virtual de la señora elegante. La citó en el barrio de
Monserrat, a las quince horas del día quince del siguiente día. Llegó a un
edificio que parecía abandonado sobre la calle
Virrey Cevallos, la puerta pesada de ingreso estaba abierta, se encontró
con una escalera de mármol blanco sucia, leyó un cartel que decía “si va a
entrar, entre descalzo” y con los
zapatos en la mano, caminó entre la tierra,
tres pisos por escaleras hasta que se encontró con unos vitrales de
colores. Abrió una puerta y había un niño sentado en una mesa con un tablero de
ajedrez. – Ahora te toca a ti- Le dijo a alguien que, al menos ella, no pudo
ver. Y la pieza de ajedrez se movió sola.- Puede seguir, Miguel la está
esperando.- Le indicó que siguiera por un pasillo repleto de plantas, flores,
una galería que tenía habitaciones vacías. Y cuando llegó a una última cruzando
una pequeña escalera que sólo podía subir de un pie a la vez, se encontró con
una habitación inmensa desde donde se podía ver toda la ciudad. Había un hombre
sentado en el piso, de espaldas, observando el horizonte, en total silencio, lo
único que se podía escuchar el sonido de su respiración. Profundo respiraba por
la nariz y exhalaba por la boca, llenaba el silencio del todo con su hacer, le hablaba sin palabras. – Vení, sentate- Dijo Miguel sin
decir. Se sentó, lo miró impaciente y comenzó a llorar. No sabía por qué lo hacía, no tenía
explicación, sólo lo hacía. Respiraba a la par del hombre como una plegaria
susurrada, se deshacía dentro de ella un mar inundado que no sabía que tenía.
–Ahora descansa- La sucesión de imágenes que se acercaron a ella fueron la
conclusión de una vida sin sentido: un telón negro cubierto de rejas negras,
adolescentes con el cuerpo desnudo que pasaban detrás de la reja con
lastimaduras, transitaban en silencio, ella miraba todo sin poder decir nada; un
desfile de hombres vestidos de rojo con sombreros como el Charles Chaplin, la
miraban sonriente y no quiso identificar si era con malicia; mujeres
embarazadas con las manos en las vaginas, cantando el arrorró mi niño; niños vestidos con pantalones de futbol y
camisetas de la selección argentina con un trofeo en la mano; ancianas con
platos de espaguetis con boloñesa; Médicos vestidos con su ambo, barbijos y los
guantes blancos chorreados de sangre; Una mujer sobre una camilla con las
piernas abiertas y comenzaba a gemir, vio una luz saliendo de ese cuerpo.
Sonreía como un bebe recién nacido, se dejaba acariciar por las luces del
mundo, se dejaba mimar por las manos
del Universo. Daba un paso por primera vez, se agarraba de mesas, de sillas, se
vestía sola, cantaba feliz. Se vio en total integridad.
Despertó exaltada y estaba sola. Era de noche,
se veía el calor que brotaba de los asfaltos, su teléfono inteligente tenía
cien llamadas perdidas, respondió todos. Al otro día fue al estudio del doctor
Bergman, le pidió que le hiciera el estudio definitivo y confirmó lo que había
visto en la meditación que había hecho con el desconocido. La sentaron
totalmente desnuda en una silla, que parecía la que usaban los ginecólogos, le
colocaron unos cables delgados con agujas diminutas en las sienes, le inyectaron
un líquido espeso en la parte del cerebelo y la encerraron en un cubículo de
paredes blancas. Los cables conectados a un equipamiento sonoro y sensorial,
comenzaron a transmitir por escrito las sensaciones, las visuales, y los
detalles a la perfección de todo lo que la mujer veía. Había entrado en un
sueño tan profundo que rozaba con la caracterización de la muerte: tenía una
pulsación cada cinco minutos, su respiración era tan suave que no se escuchaba
y su cuerpo estaba pálido. – Romina Ramírez.- Escribió el sistema automático
del equipo y ella despertó tomando una bocanada de aire exagerada.
A los meses de que el
Ministerio de Salud otorgara la validez de los estudios del doctor Bergman,
habló con su esposo, sus hijos y el resto de sus familiares. También usó la popularidad de su esposo como
Ciudadano Ilustre y convocó a la prensa, se vistió de blanco y ante todos los
medios de comunicación rodeada de abuelas anunció:-
Los estudios científicos de
regresión del doctor Sergio Bergman lo avalan: soy Romina Ramírez, la nieta
aparecida numero mil de la dictadura del año mil novecientos setenta y seis,
pero vine a esta vida como Juliana Soler. Como los estudios avanzados lo
comprueban, soy ella pero en otra vida.
By Nacho Rojo
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