POSITIVO


      Desde el accidente, era la cuarta vez que el mismo hombre de aspecto sucio se le acercó gritándole cosas que no llegó a comprender. – Te va a hacer daño- Gritó y un policía se lo llevó. Thiago estaba sentado junto a su novia, que tenía desde la secundaria, y amigos en un bar popular de San Isidro. Bebían unos Gin Tonic con pepinos, otros tomaban cervezas y  se reían con las historias de Instagram de un desconocido. Sus amigos le preguntaron quién era ese señor pero no supo qué responder y por dentro pensó en el recuerdo de Isaías. Y al instante borró de su mente todo lo que había sucedido un año atrás, pero lo que más le dolía era que de su corazón jamás podría hacerlo.
  Era un joven de veintitrés años que jugaba en la reserva de rugby del barrio donde había crecido, hijo de un abogado empresario y una administradora pública, había crecido en la clase alta con la fortuna de irse a vivir al exterior para jugar rugby. Tenía una novia, Valentina, de su misma edad, a quien veía todos los días. Lo hacían a menudo después del mediodía,  cuando ella llegaba de estudiar en el departamento que los padres de ambos les habían regalado para que concretaran el compromiso. Pero ella aun no quería dejar a su padre, un viudo ricachón que se la pasaba llorando por la muerte de la madre consumida por un cáncer fulminante. Salía con sus amigos los fines de semana a fiestas en pisos privados, o a los VIP de las discotecas de moda, y terminaba dormido donde fuera quebrado por el alcohol en exceso. Una de esas noches, Thiago, en una fiesta de un amigo de un amigo, se cruzó con Isaías, un ex compañero de rugby que había dejado esa vida por completo para irse al centro de la ciudad y dedicarse al arte. Lo miró con rechazo, como hacían todos, le sirvió una jarra con Fernet Branca y le convidó.
-      Che, hace banda que no nos vemos. ¿Cómo andas?
-      Hey, Thiago. ¿Cómo va eso? Boludo estás enorme. Aflojá con las pastas.- Bromeó Isaías.- La última vez que te vi no estabas así- Thiago medía un metro setenta, pesaba ochenta kilos pero en ese momento era diferente, media metro noventa, pesaba noventa kilos, el cuerpo parecía una roca con dos piedras azules preciosas de ojos.
-      Na, crecí. Igual a mi viejo. A demás estoy entrenando mucho porque me convocaron para la reserva de la selección de rugby de Francia.
-      ¿Posta?
-      Si, boludo. Estoy feliz.
-      Felicitaciones, genio.
-      ¿Y vos? ¿Cómo estás con los cuadros? El otro día vi tu historia en instagram, nos cagamos de risa con los pibes. Fue buenísima la puesta en escena, vi un anciano japonés que tenía la misma técnica de usar guantes de boxeo para  para pintar un mural con golpes. Descubrí otras más, porque me llamó la atención. Si querés después te paso por DM.
Isaías quedó en silencio y sonrió pícaro y cómplice.
-      Obvio, dale. De una.
-      Te va a encantar. Nunca mandé nada por privado a un pibe, pero me gustaría saber qué onda tu arte. – Lo miró serio.
-      Si, de una. Sino también podes venir a mi depto. Mi viejo se copó y me dio el de mi abuela. Está en Palermo. Preparamos unos tragos, algo. Y probás mi arte.
-      Dale.
  Y así pasaron siete meses, viéndose a escondidas, amándose en secreto, Thiago fingiendo que disfrutaba de hacer el amor a su novia, e Isaías que podía vivir sin él. Se veían cuando podían, jugaban como niños a pintar, terminaban enchastrados de pintura y haciendo el amor sobre los diarios que ponían para no manchar el piso. Conversaban a cerca de lo que harían en Paris cuando Thiago se fuera a jugar en el equipo de reserva, Isaías estaba decidido a seguirlo. Pero una noche de lluvia, Thiago se había olvidado el celular y su amante salió a correrlo para devolvérselo y lo envistió un automóvil matándolo en el acto. Sintió que una parte de su cuerpo se le había muerto, que el alma se le escapaba como agua de las manos, lo lloraba a los gritos mientras lo tenía entre sus piernas, recordaba las promesas de amor, las risas y los cuadros. La gente se acercaba a verlos y se asombraba del amor.
 Nunca había llorado tanto por alguien y menos por un hombre. Se sentó en el sillón del departamento que compartía con su novia, mojado de lluvia y sangre, sin decir nada, más que llorando. Valentina le preguntó qué le pasaba pero no tenía palabras, ella se asustó y quiso llamar a los padres de él pero la detuvo. La miró con el alma tan muerta que ella quedó en silencio y lo abrazó. Le contó la verdad, que iba cruzando la calle cuando vio que un auto chocó a aquel ex compañero del equipo de rugby.- Lo peor de todo es que escuché el ruido de su cráneo romperse- Dijo en voz alta, pero por dentro siguió diciendo- Fue como si se rompiese mi corazón en mil pedacitos…
 Se metió a la ducha pero no quería sacarse la sangre del cuerpo, no quería perder nada más de Isaías, se resistía, gritó en llanto y escuchó a su novia golpear la puerta. - ¿Amor, estas bien?- Y fingió que sí.
Llanto. Silencio. Llanto. Silencio. Cráneo. Amor. Adiós. Grito.
 Notó que habían pasado tres meses desde el accidente cuando recibió una encomienda el día anterior en que estaba por irse a Paris. Era la colección de diez lienzos, los que había pintado con Isaías. Una vez más el ruido del amor- muerte le consumió la mente y el espíritu, soltó los cuadros y su novia le preguntó qué era. La consoló diciendo que se lo había enviado el padre de Isaías como presente por haber estado en el momento del accidente y haber esperado a la ambulancia. – Se los voy a llevar a mamá, quizás le gusten. Ahora la llamo- Se vistió y se fue. A los minutos llegó la madre de Thiago.- ¿Qué haces acá? Thiago me dijo que te iba a llevar los cuadros.
-      A mí no me llamó…
En verdad se había ido a la casa de Andrés, un hombre que había conocido por Tindr, con quien tenían sexo casual: era un hombre de treinta y cinco años, que lo esperaba a oscuras en su piso ostentoso, desnudo y dispuesto a sacarle las ganas. Thiago, cerraba sus ojos, respiraba profundo y ponía en el cuerpo de ese hombre, el cuerpo de Isaías. Le hacia el amor como se lo hacía al hombre que amaba, y que no dejaría de amar nunca. Cuando terminó, tomó los cuadros, y cuando estaba a punto de salir Andrés lo miró y le dijo: - Soy VIH positivo.
Silencio. Cráneo. Lluvia. Silencio. Lluvia.
Salió del edificio perdido, con los cuadros en el brazo, los sostenía fuerte, quedó apoyado contra una pared en la calle, veía los autos pasar, se le fue el alma. Se dejó caer al piso, y vio una mano que se asomó.
-      No te asustes. Las veces que te busqué, pensaste que te quería hacer daño, pero no. Soy Esteban Filman, el psiquiatra de Andrés. Te quise advertir, es paciente diagnosticado con esquizofrenia, lleva años con la terapia. Di la orden para internarlo, pero es hijo de un Juez de la Nación, por eso no lo internan.  Su caso es peligroso, tiene romances esporádicos con hombres como vos y hace lo posible para contagiarlos. Odia al mundo y no acepta tener la enfermedad que tiene. Hice lo posible para avisarte, pero no quisiste escuchar. Lo lamento mucho, hijo. ¿Te cuidaste?

                                                                By Nacho Rojo
              

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