LA DAMA DE NOCHE
Mi vieja me dejó la
camisa planchada sobre la cama, el pantalón y treinta pesos dentro de las
medias negras. “Para que tu papá no se entere”, pensé que me diría, porque yo
ya tenía veinte años no estudiaba ni trabajaba. Me bañé rápido, porque el Colo
pasaba a buscarme a las once por la esquina de Brandsen y San Martín. Le saqué
un poco de Colber a mi viejo a escondidas porque se enojaba, y mientras me lo
ponía me imaginaba siendo el hombre musculoso de la publicidad, con la camisa
desabrochada, tirándome la botella de agua encima y mojando todo, y cuando
terminaba de guardarlo escuchaba a la locutora diciéndome: “Colber, subraya en
cada hombre esa cuerda que lo hace simplemente dueño.” Sonreía y me iba caminando lento como modelo
publicitario hasta que me cruzaba con el espejo de la sala y veía que más que
músculos tonificados, era puro hueso y parecía un adolescente en pleno
desarrollo.
El Colo me esperaba en
el fitito de la madre, era color anaranjado y no paré de gastarlo hasta que
llegamos al boliche nuevo que me había invitado. – Posta, Fabi. El lugar es el
mejor de Quilmes, se llena de minas que están re buenas. Vienen todas para acá,
hasta de la capital.- Me aseguró con su carita de nene ilusionado esperando a
los Reyes Magos.
-
Si vos lo decís… ¿Y dónde queda, che?
-
Es en Ezpeleta, justo en frente al
cementerio.
-
¿Me estás jodiendo?
-
No. Es el mejor de todo Buenos Aires.
-
Bueno después cuando salimos, si no
levantamos ninguna pebeta nos cruzamos a dejarle flores a los muertos.
Una hora de fila para entrar; El Colo había
tenido razón, era el mejor boliche del momento, gente de todas partes de la
Ciudad venían a conocer. Entramos, y no nos podíamos mover de la cantidad de
personas que había. Me metí por una puerta que conectaba hacia otra pista, y
había menos gente. Sonaba “Banana Pueyrredón”. Que canción de mierda, pensé.
Sonreí y vi a una piba de unos dieciocho años apoyada en la barra: era hermosa,
pensé que era un ángel, llevaba un vestido blanco largo, los pelos rubios ondulados sueltos sobre su espalda. Su piel tan blanca me llamó
la atención, me daban ganas de abrazarla y decirle que todo estaba bien. No
pensé en el Colo, que ya seguro estaba haciendo de las suyas, me le acerqué y
le pregunté: ¿Hace mucho venís a bailar acá?, y ella me miró sonriente,
seguramente pensando en mi pregunta tan tonta.
-
Vengo cada vez que me permiten salir.
-
¿Son muy “hinchas” tus viejos?
-
Solían serlo. Ahora ya no tienen con
quien.
-
¿Querés tomar algo? Yo invito…
-
No puedo, gracias.
-
¿Bailar?
-
Eso sí, me dejan venir para eso.
La pista de románticos
estaba vacía, la tomé de la cintura, no podía apartar los ojos de los suyos.
-
¿Tenés frio?- Sentí que tiritaba.
-
Y nervios.
-
Bueno te abrazo fuerte así se te pasa.
Bailamos durante horas,
habíamos perdido la consciencia del tiempo, parecíamos dos seres sin humanidad
absorbidos por el encanto de la vida. Nos sentíamos iluminados por la magia
ancestral del cosmos, una especie de encantamiento indio que nos elevaba por
encima de todas las consciencias. Me miró y pude ver a través de sus ojos,
sentí mi mano mojada, pero no me detuve a ver.
-
Me tengo que ir, me están llamando.
-
Bueno, vamos. Te acompaño.
Caminamos junto a las
vías del tren. Hacía frio, eran las cuatro y media, imaginaba por lo lejos al
Colo intentando levantarse alguna minusa con su sentido del humor o, tal vez,
perdiéndose todas las oportunidades buscándome entre todo el tumulto que
bailaba descontrolado.
-
¿Dónde vivís, che?- Pregunté tomándola
de la mano.
-
Acá cerca, de la estación de Ezpeleta a
unas cuadras.
-
Bueno vamos.
La casa tenía un jardín
con enanos de yeso en el pasto, una virgencita de Luján con una lamparita
prendida y una foto que no pude identificar de lejos. Abrió la puerta con un
solo movimiento sin llave, me sonrió.
-
Me llamo Leticia.
Tomé nota de su
teléfono en mi agenda diminuta del año noventa y cinco, ya vieja, y me fui
caminando por las calles alumbradas con las luces sepia de los faroles de las
veredas con calles de tierra húmeda y las cloacas malolientes. “Mi campera”,
pensé y cuando miré hacia atrás Leticia ya no estaba. “No importa, mañana la
llamo.”
Y lo hice, doctor.
Cuando llamé a la casa, no existía el número o era viejo pero lo peor fue
cuando fui hasta la casa, toqué el timbre y de día pude ver la foto que estaba
en el altar de la virgencita. Desde ese día, las odio. Me atendió la madre, era
una señora de bien, su cara hablaba de lo que había sufrido en la vida. ¿Cuándo
vuelvo a la sesión? Por favor, no quiero la pastilla. Me hace sentir como esa
vez que bailaba con ella, por encima de todo. En otra consciencia. Ah, la
madre. La madre. La madre me miró con lágrimas en los ojos, y no me dijo más
que “Leticia”. Me dijo que la siguiera y
cuando noté dónde estábamos era el cementerio frente a una lápida.
“Leticia Pereyra,
quince de abril de mil novecientos setenta y cinco- Diez de mayo de mil
novecientos setenta y cuatro.”
Mi vieja me dejó la camisa planchada sobre la
cama, el pantalón y treinta pesos dentro de las medias negras. “Para que tu
papá no se entere”, pensé que me diría, porque yo ya tenía veinte años no
estudiaba ni trabajaba. Me bañé rápido, porque el Colo
pasaba a buscarme a las once por la esquina de Brandsen y San Martín. Le saqué
un poco de Colber a mi viejo a escondidas porque se enojaba… Mi vieja me dejó la camisa planchada sobre la
cama, el pantalón y treinta pesos dentro de las medias negras. “Para que tu
papá no se entere”, pensé que me diría, porque yo ya tenía veinte años no
estudiaba ni trabajaba. Me bañé rápido, porque el Colo
pasaba a buscarme a las once por la esquina de Brandsen y San Martín. Le saqué
un poco de Colber a mi viejo a escondidas porque se enojaba…- El doctor le dio
la medicación, tomó anotaciones en una libreta, lo sentó en una silla, lo ató
de pies y manos con la ayuda de dos enfermeros de contextura física grande y le
inyectaron un líquido espeso en medio de la frente. – Muy bien, Fabián. Ahora
le pido que describa el lugar dónde está. Repita todo desde el principio, eso,
muy bien. – El hombre mayor encendió su grabadora, y tomaba notas.- Una vez
más, repita. ¿En dónde estaba la discoteca? ¿Cómo era la muchacha?BY Nacho Rojo
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