BOLSA
Josefina siempre había sido una jovencita de
quince años capaz de todo: sacar buenas notas, hacer buenos amigos, ser la
novia ideal y la hija con el futuro prometedor; Pero nadie conocía su lado más
oscuro.Llegaba del colegio a
las dos de la tarde, pasaba por la panadería, compraba el almuerzo y hasta las
seis de la tarde estaba sola en el departamento de Av. Callao y Sarmiento. Se la
pasaba con los auriculares inalámbricos puestos, se masturbaba cuatro veces al
día porque no podía saciar su sed de sexo y hasta había llegado a pensar que
estaba enferma o que tenía un trastorno obsesivo compulsivo aun sin saber qué
significaba eso. Para calmar su estado mental había conquistado a Federico, el
hijo mayor de un matrimonio amigo, que le llevaba diez años y lo invitaba a
merendar su propio cuerpo hasta que el joven no tuviera más energía. También lo
había hecho con el hijo del matrimonio del cuarto piso, un adolescente en pleno
desarrollo que le seducía su inteligencia y sedujo a todo hombre que se le
cruzara. Nunca pensó que la próxima vez que se fijaría en un hombre se
enamoraría para siempre y le costaría la vida.
Aquel hombre había sido
Julio Noble, un arquitecto de cuarenta años, medalla de oro en atletismo en los
Juegos Olímpicos de los ochenta, casado, con un hijo de diez años y otro en
camino, se había mudado de forma temporal
al mismo edificio porque su casa de Zona Norte estaba en refacciones. Trabajaba
en la oficina con planos de nuevos
edificios modernos para construir en el próximo año dos mil veinte como movida
cultural, tenía un plan de negocios que lo favorecería en facturar el triple de
lo que ganaba anualmente. – Si el mundo no se termina el primero de enero del
dos mil veinte, seremos millonarios- Bromeaba con su esposa, embarazada de seis
meses. Su vida era normal hasta que se cruzó con Josefina, la vio llegar con
ropa deportiva, le sedujo la inocencia de la edad, el cuerpo de una mujer
joven, pero supuso que era menor de edad y dejó de observarla. Ella, cuando
notó que él ya no la deseaba, llegaba todos los mediodías, comenzó a saludarlo,
se le acercaba con mayor frecuencia. En su interior más oscuro pensaba en que
si la había pasado bien en la cama con todos los jóvenes con los que había
estado, con un hombre experimentado, vería el cielo.
Una tarde le llevó una
pastaflora. El hombre se la recibió sin pensar nada, no quería problemas pero
ella se le acercaba cada vez más, mientras le daba la bienvenida, le tocaba los
brazos, le acariciaba la espalda y le sonreía imaginándose como lo montaría en
medio de la mesa.- Hola, soy Josefina. Del octavo- Saludó a la esposa de Julio,
la mujer le dio un beso y la invitó a tomar unos mates.
Así estuvieron durante
dos meses: ella lo esperaba en la esquina para verlo pasar, y cuando lo veía,
caminaba por detrás con lentitud hasta que llegaba al edificio y se tomaba el
mismo ascensor. Le hablaba de lo que fuera, siempre se le caía algo al piso
para poder agacharse y mirarle el bulto al hombre, se las ingeniaba para estar
cerca. Y un buen día, la joven hizo lo mismo, él la agarró del cuello con
fuerza y comenzó a besarla sin parar. Frenó el ascensor, pero ella lo detuvo
porque si no los vecinos sabrían lo que estaba sucediendo,- Mejor vení a mi
casa-, lo llevó a la casa. Revisó que no hubiera nadie y cuando estuvo segura
se bajó los pantalones y lo montó en el sillón de la sala como siempre había
querido. Estuvieron quince minutos reloj, no se dijeron nada porque no hizo
falta y a los dos días volvieron a repetir el encuentro.
Llevaban seis meses
viéndose a escondidas. Julio le pedía que no se apareciera más por la casa pero
ella tenía una morbosidad respecto a que la mujer los encontrara teniendo sexo
a escondidas. Iba con el pretexto de ver cómo evolucionaba el embarazo, y una
vez que el bebé nació, para verlo y acunarlo. La mujer jamás sospechó que entre
ellos hubiera algo primero por la seriedad del esposo y segundo porque la joven
parecía tan inocente que no hubiera pensado que era una ninfómana. Una sola vez
estuvo a punto de encontrarlos mientras ella le practicaba sexo oral en la
cocina, debajo de la mesa donde merendaban,
pero el llanto del recién nacido la distrajo y volvió al cuarto del bebé.
Después de aquel
peligro que corrieron, Julio había decidido dejar de verla porque temía que
toda su vida se viera perjudicada, sobre todo cuando le había preguntado en
intimidad si alguno de sus amigos sabía del romance que tenían y ella respondió
que sólo un amigo de confianza que vivía en Francia. Y después de la discusión,
a los días, tuvo un golpe de consciencia y se dio cuenta que aquella vez que
sacó la basura al tacho de la esquina, estaba arrojando el cuerpo muerto de la
adolescente.
Los padres de la
adolescente habían convocado una reunión de consorcio con los policías de
investigación para pedir información en caso de haberla visto huir, o “en algo
raro”. El hombre se mantuvo en silencio hasta que la policía tocó a su puerta y
no supo qué decir, a los minutos llamó a un abogado y los medios de
comunicación transmitían la noticia en vivo. Lo culpaban de asesinato.
Bajo una capucha negra
se lo llevaban hacia el juzgado, y en su mente lo único que tenía era el llanto
de su esposa que estuvo a punto de matarlo cuando le confesó lo sucedido. Y le
dolió más saber que jamás volvería a ver a sus hijos. Los negocios que había
hecho se desplomaron en un santiamén, su familia, sus mejores amigos, colegas y
demás lo repudiaban de forma explícita en todas las redes sociales. Estuvo
encarcelado en una comisaría donde por las noches, los oficiales de guardia
pasaban a descargar su furia y no decía absolutamente nada porque estaba
amordazado y esposado. Lo torturaron hasta que fue trasladado a una cárcel para que esperara por su juicio, y no había
vuelto a hablar con nadie. Ni siquiera consigo mismo.
Su abogado no lograba
que dijera absolutamente nada. En la cárcel continuaban con los abusos,
estuvieron a punto de matarlo cuando uno de los presidiarios lo salvó porque
quería que fuera su “hembra”. Y lo fue. Fue con el único hombre con el que se
había atrevido a hablar del tema: - La última tarde en que la vi me estaba
esperando a oscuras en la sala de su casa, desnuda, se me tiró encima, me
rompió la camisa que llevaba puesta. Me sedujo lo suficiente como para que me
la cogiera una vez más. Decía que no podía vivir sin mí. Me la cogí. Se puso a
llorar, me rogaba que no me fuera. Se desesperaba, comenzó a gritar como una
nena chiquita, se me tiraba encima ante mi negativa. Yo la sacaba, ella gritaba,
se arrastraba, se agarraba de mis piernas. La saqué de un solo movimiento y me
arañó el cuello, me dejó la marca que aún tengo…me seguía gritando que me amaba
como nunca había amado a nadie. Y cuando me fui, escuché sus gritos diciéndome
que me iba a arrepentir y que ella ya no quería vivir sin mí.- Se sintió
liberado.
El juicio había
comenzado a las diez de la mañana un año después de que lo habían enviado a la
cárcel. Le dolieron los huesos por las piedras que le arrojaron y que los
policías no hacían mucho esfuerzo en impedir que lo golpearan. Sentado junto a
su abogado, percibió los insultos de los padres de Josefina. El murmullo de la
sala le ensordecía, observaba la ventana que tenía a su izquierda y tenía la
necesidad de estar fuera. Algo le decía que iba a salir. Aun siendo el
culpable.
-
Me declaro inocente.- Dijo cuando le
preguntaron. Le dieron el momento para explicar lo sucedido y nadie le creyó.-
La última vez que la vi fue esa tarde, cuando me rogó que no la dejara. Un día
después saqué la basura, y a los días caí en la cuenta de que estaba su cuerpo
en la bolsa de residuo. Cuando vi la policía en la puerta de mi casa recordé lo
que ella me había dicho. Que me iba a arrepentir de haberla dejado. Y que ya no
quería vivir más si yo la dejaba. – Se mantuvo serio. Firme. Lo declararon
culpable, a cadena perpetua por ser responsable de femicidio, abuso sexual y
homicidio agravado.
Lo trasladaron a la
cárcel de Villa Devoto, una mañana de invierno, desabrigado y con la certeza de
que saldría en libertad, lo recibieron los presidiarios con la sed sexual con
la que se recibían a los abusadores de menores. Lo golpearon, le destrozaron el
alma, y él sabía que saldría de allí vivo y sano. Se había refugiado en el
pabellón de los presos evangélicos, quienes lo cuidaban y le predicaban la
Palabra de Dios y le habían presentado a un escritor loco que se la pasaba
entrevistando a todos los presidiarios para encontrar una historia que en
verdad valiera la pasión y el tiempo de escribir. Y la encontró.
-
¿Usted me está hablando en serio?-
Preguntó el redactor.
-
Así es. Soy inocente.
Fue el único que le
creyó. Comenzó a redactar la nota periodística que subía a diario en su canal
de YouTube y el video se hizo viral: la noticia de la inocencia de Julio Noble
era un tema del que todos los medios hablaban con la posibilidad de que fuera
inocente.
Un abogado se presentó
en la cárcel de Devoto con la promesa de defender al acusado, se llamaba
Dionisio Alvarado, un abogado mediático, cuyo fin era mantenerse visible en la
televisión por el simple hecho de tener fama y dinero. Julio lo aceptó para que
apelara en su defensa porque le dijo una sola cosa:- Yo conozco este tipo de
putitas, son así. Están loquitas. Por más que la hayas matado yo te saco de
acá. – Se le rió en la cara, y le pidió que se fuera. – Yo no busco mentir,
sino decir la verdad. Soy inocente.- El abogado le creyó. Y se quedó allí para
escuchar lo que el hombre tenía para decir.
-
La única prueba que tienen de que yo la
asesiné son los rastros de semen en su cuerpo. Y la grabación del momento en el
que estoy sacando la basura. No hay más que eso.- Respondió.
Al día siguiente, en
medio de los medios de comunicación más importantes, Dionisio Alvarado notificó
que se haría responsable de la defensa de Julio Noble, sin dar más información.
De inmediato se juntó con los policías amigos que tenía en la justicia y les
contó la teoría. Nadie pudo creerla. Pero de todos modos, con el pago de una
buena suma de dólares comenzaron a realizar una investigación privada con los
mejores hackers del país. Y encontraron la primera prueba que, al menos, le
bajaría la pena.
La esposa de Julio lo
visitó después de un año, en medio del caos de la prensa amarillista, la mujer
se había atrevido a ir de todos modos a la cárcel, se sentó y le dijo que lo
perdonaba.- Lo único que me importa es que, si en verdad sos inocente, salgas
de acá y tus hijos tengan un padre libre.- Después de aquella tarde volvieron a
verse, habían logrado reconciliarse como pareja y dejaron de lado todo lo
sucedido para continuar con sus vidas normalmente.
No habían querido darle
la posibilidad de apelar. Pero insistieron con la prueba que tenían y le dieron
el lugar para que pudiera brindar testimonio verdadero de lo que había sucedido
aquella tarde. Después de varios meses de investigación, bajo un dictamen
inapelable, habían llegado a la conclusión de que el arquitecto Julio Noble era
inocente de la muerte de Josefina Hidalgo. No obstante, le habían bajado la pena a un año de prisión por abuso
de un menor, y con el tiempo que había estado preso por un asesinato que no
había cometido lo dejaron en libertad a las horas.
Volvió a su casa de Zona Norte, custodiado por
diez policías y bajo una lluvia de flashes de los reporteros. Lo recibieron sus
familiares directos, tenía la casa llena de cartas, presentes de amigos,
botellas de vino. Su esposa lo miró con pena, le dio un fuerte abrazo y quedaron
en silencio. Mientras cenaban el clima de festejo se opacaba con un silencio
fúnebre por todo lo acontecido, y nadie tenía la capacidad para poder crear un
nuevo clima. Desde aquella noche, Julio, vio la vida de otro modo, uno en el
cual supo que jamás se iba a separar del fantasma de Josefina. La vería en cada
joven de quince años que se cruzara en la calle, en el trabajo, inclusive con
su propia hija. Se había predispuesto a vivir con la certeza de que había
creado un demonio que se ató de por vida a su sombra y el cual lo acompañaría
hasta la muerte. A los diez años de la
muerte de la joven, los medios lo volvieron a entrevistar para recordarle al
público la morbosa historia de un adulto con una adolescente, un romance trágico que se había llevado a la
televisión, al cine y al teatro.
-
Por momentos me resultaba extraño verme
interpretado en el cine por actores internacionales. Pero con el paso del
tiempo me pude adaptar a todas las versiones que han hecho de mi historia
personal. Confieso que me he equivocado al mantener una relación con una
menor…- Argumentaba para una nota periodística que, con lo que le cobró y
pagaron, se aseguró un viaje familiar de
seis meses alrededor del mundo.
También le preguntaron
por el periodista que le había hecho la nota en la cárcel, le pidieron que
leyera en voz alta el final del libro y se negó. Se negó porque era
recordar a flor de piel todo lo que
había sucedido, el escritor había logrado captar la voz interna de la muerte de
una muchacha obsesionada con un hombre de forma magistral. No lo había
confesado a nadie, pero había leído una sola vez el libro, en voz alta y en
plena soledad, mientras se había internado en una clínica de rehabilitación
para personas con traumas emocionales. Lo gritaba al viento como un desquiciado,
lloraba mares de amor y dolor porque le costaba aceptar lo que había sucedido y
ser responsable de lo que él mismo había generado. Después de aquella última
nota, mientras se acomodaba en el sillón de primera clase del avión, había
decido dejar atrás aquella vida para comenzar una nueva, con o sin su familia.
A esas alturas ya le daba igual.
A
la hora de aquella tarde de discusión, Josefina se encerró en su habitación y
comenzó a hablar por la aplicación de Instagram con un único amigo hombre con el que
nunca se había acostado: Joan Lanphom, un francés de treinta años que
había conocido por esa aplicación y que en verdad tenía cincuenta y siete, era
argentino y se hacía pasar por menor edad para poder masturbarse con video
llamadas eróticas de adolescentes y hacer circular los videos en una red de
pornografía infantil. Fue al único que le había contado de su romance con Julio
Noble, sabía hasta el más ínfimo detalle. Y como el hombre no aparecía en los
videos llamados que hacían cotidianamente, ella sentía más confianza y accedía
a mostrarse a través de la cámara. Le hablaba mientras él respondía por
escrito. Inclusive el pedófilo no le creyó cuando le dijo lo que tenía
planeado. La policía lo supo después, el video dónde ella se había confesado
aparecía en una página francesa. Le dijo textualmente que era capaz de auto
flagelarse, dejarse marcas en el cuerpo, matarse metiéndose en una bolsa de
residuo, en la propia puerta del departamento de Julio, dónde los vecinos de
cada piso dejaban las bolsas de basura y
provocar su propia muerte con asfixia. Para que luego él, sin saberlo, tomara
la bolsa, la llevara al tacho de la calle y lo acusaran de su asesinato. Todo
esto mientras se masturbaba frente a cámara. No lo pensó y lo hizo.
Encontró una fusta de
caballos con la que su padre domaba los caballos en el campo y se auto flageló.
Sin curarse las heridas, buscó una bolsa de residuo y se fue del departamento
de sus padres. Esperó a que el encargado del edificio se fuera y fue hacia el
cuarto piso por las escaleras, se metió al cuarto dónde los vecinos dejaban las
bolas y se metió adentro de la bolsa. Al principio sentía que un calor la
abrazaba por completo, y en el delirio de la muerte escucha a lo lejos la voz
del hombre que más había amado en su corta vida. Se sentía débil, frágil, se le
cortaba el oxígeno como su delgada línea de vida. Murió ahogada. Supo que si
había otra muerte para elegir aquella era la menos deseada. Se dejó llevar y no
despertó jamás. Tres horas después, Julio salió a dejar las bolsas de basura
que tenía en la casa, eran tres, la mayoría con pañales del bebé y notó que
había otras de más. Las tomó notando que estaban más pesadas de lo habitual,
las subió al montacargas, un ascensor especial para sacar la basura, y las arrastró
hasta el final de la calle. Dejó el tacho abierto porque se sintió sucio y
volvió al departamento.
Un día después le
sorprendió no habérsela cruzado al mediodía, pero prefirió no pensar más en
ella. Esa noche escuchó gritos que
provenían del edificio pero no se detuvo a pensar que eran de los padres de la
joven que la buscaban por todas partes y no la hallaban. Al tercer día fue
cuando se incriminó, sabiendo que todo esto había sido posible y con la certeza
de que el único que sabría la verdad era aquel amigo que ella confesó que sabía
la historia que tenían pero que no diría nada porque vivía al otro lado del
océano. Le pidió al reportero-escritor que lo investigara, luego, cuando hizo
la nota para su canal de internet, la noticia cobraba mayor credibilidad y
después llegó el abogado famoso que encontró el video y lo extrajo de la red de
pornografía para presentarlo como prueba ante el tribunal.
Lo que más había
llamado la atención del tribunal era la actitud de los padres de la joven
muerta, quienes se negaban a entregar la computadora portátil que ella usaba y
el celular inteligente. Allí fue cuando comenzaron a investigarlos a ambos, y
habían descubierto que siempre habían estado al tanto de lo que había sucedido
pero que nunca se habían atrevido a hablar porque no estaban dispuestos a que
se supiera que habían sido malos padres. Confesaron y entregaron las pruebas, a
ellos se los acusó de falso testimonio y los condenaron a tres años de prisión
con la posibilidad de salir bajo fianza. Las repercusiones ante el escarnio de
la muerte de la joven habían dado material de trabajo para la televisión de dos
años, todos habían salido beneficiados por el suicidio de la adolescente.
Excepto Julio Noble, de quien todos tomaban su nombre para hacer bromas en referencia
a los abusos, de quien se había considerado personalidad no grata en su
profesión y el deporte que había practicado toda la vida.
Fue la última vez que
lo recordó en su mente y sueños. Concibió que, a partir de aquel viaje por el
mundo, fuera un hombre confiado. También, como le había dicho su asistente
terapéutico, hechos importantes les pasan a las personas más importantes del
mundo.
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