LA DAMA DE NOCHE
M i vieja me dejó la camisa planchada sobre la cama, el pantalón y treinta pesos dentro de las medias negras. “Para que tu papá no se entere”, pensé que me diría, porque yo ya tenía veinte años no estudiaba ni trabajaba. Me bañé rápido, porque el Colo pasaba a buscarme a las once por la esquina de Brandsen y San Martín. Le saqué un poco de Colber a mi viejo a escondidas porque se enojaba, y mientras me lo ponía me imaginaba siendo el hombre musculoso de la publicidad, con la camisa desabrochada, tirándome la botella de agua encima y mojando todo, y cuando terminaba de guardarlo escuchaba a la locutora diciéndome: “Colber, subraya en cada hombre esa cuerda que lo hace simplemente dueño.” Sonreía y me iba caminando lento como modelo publicitario hasta que me cruzaba con el espejo de la sala y veía que más que músculos tonificados, era puro hueso y parecía un adolescente en pleno desarrollo. El Colo me esperaba en el fitito de la madre, era color anaran...